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Dios no varía, la Iglesia sí

Teresa Antequera  |  04 de noviembre de 2014 (02:00 h.)
iglesia

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A lo largo de la historia de la humanidad las doctrinas eclesiásticas y los conocimientos científicos se han hallado casi siempre enfrentados por puntos de vista totalmente opuestos. De ello se deriva que muchas ideas nuevas tuvieran que abrirse paso en contra de la oposición de la iglesia. El ejemplo más célebre del conflicto entre religión y ciencia es el de Galileo Galilei, un eminente hombre del Renacimiento, científico, astrónomo, filósofo, matemático e ingeniero que cayó en manos de la Inquisición por su convicción de que la Tierra giraba alrededor del sol y no al revés.

Hoy día la mayoría de los médicos y científicos apenas dan importancia a la opinión de la Iglesia en asuntos científicos, si bien es cierto que no deja de ser “interesante” saber qué dice la Iglesia sobre determinados problemas científicos como la investigación en células madre, la tecnología genética, la energía atómica o el cambio climático.

La ciencia natural moderna en realidad no es tan antigua, pues comenzó con el Renacimiento, y sobre todo con la Ilustración a fines del silgo XVII. En esta época la Iglesia medieval contaba con la teología escolástica, que en aquel tiempo presumía de poder explicarlo todo. No había nada sobre la Tierra que no recayera sobre la soberanía aclarativa (o docente) de la Iglesia. La Iglesia tenía también una cosmología que se componía de dos corrientes: por una parte las enseñanzas de Aristóteles, y por otra las de Tomás de Aquino. Por eso se le llama también la cosmología «aristotélico-tomista».

Pero en relación al conocimiento actual, las suyas eran ideas realmente atrevidas y sin ninguna base sostenible. Se creía que la Tierra era el centro del Universo y entre la Tierra y la Luna había una esfera de agua, otra de aire y otra de fuego. Y luego, más allá de la luna venían los cielos: Primero el cielo estelar y luego el llamado cielo cristalino, más allá el cielo de fuego, que era donde se suponía que vivían los santos y los ángeles, y más allá de estos cielos estaba la región de Dios. Todo esto, claro está, según la opinión de la Iglesia.

Pero tras los descubrimientos astronómicos de Galileo todo esto quedó en entredicho, es decir, fácilmente cuestionable. Pues para el afamado astrónomo la verdad no era la que postulaba la Iglesia, si no la que observaba él con su telescopio. Por ejemplo que la Luna tenía estructuras montañosas, que el Sol tenía manchas y que Júpiter estaba rodeado de lunas. Conocimientos que consiguió publicar, siempre con el máximo interés de que se hiciera en italiano y no en latín, con el fin de que también el pueblo pudiera leerlo.

La teología afirmaba que los planetas tenían formas perfectas, por eso fue tan importante a la vez que irritante, que Galileo afirmara que la Luna tenia montículos, pues con ello se demostraba que la Luna no era perfecta y contradecía la idealización eclesiástica de los planetas y estrellas, pues se trataba de una contradicción no teórica, si no real, dada a través de la observación. Las observaciones de Galileo causaron sensación en la opinión pública, y la Iglesia reaccionó mal, como era de esperar. Valga decir que algunos años antes tuvo lugar el proceso contra el astrónomo y filósofo Giordano Bruno, quien afirmó entre otras cosas que el sol era solo una estrella más y el universo debía tener infinitos mundos habitados, por lo que fue condenado a morir en la hoguera a manos de la inquisición.

En el caso de Galilei sucedió que él expuso sus descubrimientos a algunos matemáticos, jesuitas del Collegium Romanum, quienes primero dijeron: «Sí, las observaciones son ciertas». Pero luego se produjo una reacción ideológica, sobre todo de los Domínicos de Florencia. Por su parte el filósofo Ludovio delle Colombe dijo que no es posible que los cuerpos celestes no tuvieran formas perfectas, y ese fue el motivo por el que se acusó a Galileo de interpretar de forma errónea las Sagradas Escrituras. Una acusación realmente nefasta, tanto es así que fue condenado a cadena perpetua y algunas de sus obras fueron  quemadas.

 

Teresa Antequera Cerverón

Del programa: La Iglesia y la ciencia, una historia de oportunismo y discordia

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